Una despedida que hubiera deseado no escribir
Este, sin duda, es un mal momento para todos los que estamos aquí. Quizá, para muchos de nosotros, uno de los más tristes de los que, a partir de ahora, vamos a tener que afrontar. Alejandra se ha dormido. La abuela, como la llamábamos muchos de nosotros (¡y menuda abuela!). Mamá, tía, hermana… Alejandra ha cumplido con todos dándonos lo que más le sobraba: bondad. Era de verdad buena. Auténtica. Transparente.
Fijaros, 96 años, casi un siglo. Pensad en todo lo que ha podido pasar por delante de sus pequeños ojos, tan expresivos. Y me da a mí que si se ha aferrado a la vida de esta forma poderosa, ha sido únicamente para seguir haciéndosela fácil a la gente que quería. Esa era su especialidad: nos daba la mano en el camino, y lo recorría a nuestro lado. Mimaba todos esos pequeños detalles que a los demás siempre se nos escapan.
Por cierto, a partir de ahora vamos a tener que fijarnos más en esas cosas a las que tal vez nosotros no damos importancia, pero que ella sabía que eran importantes. Como el simple y cotidiano gesto de cerrar la llave del gas después de cocinar o de ducharnos. Os reconozco que cada vez que cierre el gas voy a recordar su voz aniñada preguntándome si lo he hecho.

- Ya te echamos de menos
Y ¡qué cocinera! ¡Qué paellas los domingos! Y sus albóndigas…, y la eterna sopa de ajo del abuelo Aurelio. Alejandra no cocinaba. Cada guiso, preparado con esas manos largas y suaves, era una caricia, como sus palabras y su preocupación constante por todos los que le rodeábamos (porque ella se sentía rodeada por nosotros, sentía nuestrocalor aunque estuviésemos muy lejos; esa era la magia, el motor de mamá Alejandra).
Gracias abuela Alex, si me lo permites voy a llamarte abuela (más de una vez el cuerpo me ha pedido llamarte así, pero nunca lo hice), gracias abuela por haber creado en torno tuyo esta familia a la que pertenezco. Sin saberlo instituiste un matriarcado. Tú no te dabas cuenta, seguro que ni siquiera caíste en ello ni una sola vez, tú no te dabas cuenta de que habías nacido para protegernos. Abrígate, hijo no fumes, Mari Carmen las pastillas, ¿vais a llevar así al niño con lo que está lloviendo…?, y otra vez vuelta al gas… que sí, abuela, te hemos dicho tres veces que lo hemos cerrado; no te preocupes. Y tú te preocupabas.
Vigilabas todo, cada constipado, cada rasguño, por pequeño que fuera, en la piel de tus cachorros, cada corte de pelo. Todo. De una forma u otra eras el eje que nos hacía girar. Pero eras humilde. Sólo te importaba que estuviéramos bien, y ahora vamos a tener que tirar solos por ahí. Sin tus indicaciones.
Estaría hablando de ti hasta la primavera. De lo frágil que parecías y de lo fuerte que eras. Pero hay que seguir.
Y puedes descansar contenta, porque, como ves, vas a estar siempre a nuestro lado. En las pequeñas cosas. En las grandes. Nos has impregnado de ti durante todos estos años, y ahora no podemos desprendernos de tu ternura. Vas a vivir siempre en nosotros. Y puedes estar feliz, tranquila por tener esos hijos que eran tus ojos, y que te han hecho más fácil quedarte dormida.
Abuela Alex, aunque sigas aquí, te vamos a echar de menos.
afcalixto@gmail.com